¡ HAY MI MADRE QUERIDA ¡
Por José
Cheo Cruz
¿quién no quisiera tener
una madre a la que no te le podías enfermar para no ir a la escuela, porque su
inteligencia descubría la farsa y llegabas a la escuela adolorido de la pela
que te daba , pero aunque sea con un pan en el estómago; quién no quisiera una
madre que nunca te exigió menos que ser profesional a custro vástagos y que
ella misma nos dio el ejemplo estudiando después de vieja; una madre que te
defendía de los más grandes que abusaban de ti y de aquellos que se burlaban de
ti por ser negro o pobre; que sus polluelos, como mamá gallina, eran los
mejores, pero que no aceptaba deslices, se le perdió un dinero de la remesa de
la iglesia adventista como tesorera un día
y me quemo las manos porque creía la había tomado después aparecieron y pidió perdón.
No podías “encontrarte”
objetos, dinero, ni huevos ni pollos, ni juguetes en la calle, porque ella te
los hacía devolver; una madre que nunca dejó de decirte que cuidado con lo que
ibas a hacer cuando salías y que jamás cometió la irresponsabilidad de dejar la
puerta abierta, sino que se levantaba, sin importar la hora, a quitar la cerradura
de la puerta. ¿Quién no quisiera una madre que jamás aceptó, ni a los machos ni
a las hembras, besuqueos en el sofá, ni permitió que novios y novias penetraran
los aposentos, que eran sagrados? ¿Quién no puede querer a una madre que
compraba una Coca-¿Cola y jamás se la bebió sola, sino que cogía cuatro tacitas
y a todos, aunque bajo protesta, les echaba un poco? ¿Quién puede rechazar a
una madre que jamás se apartaba de la cama cuando estabas enfermo y que hacía
más señales que el maestro a que un coach de tercera base en el beisbol en un
juego para que nadie divulgara los secretos de la familia; y que arremetía
contra un hermano cuando habla mal del otro en su ausencia?
Una
madre que escuchaba junto a los polluelos a Cami, Yuli, Lesbia y José Abdiel Cruz
Jiménez en “Kazán el cazador” y demás radionovelas; que no era vagabunda y
acudía a todos los velorios y visitaba todos los enfermos y les daba cariño y
ropa a los di ambulantes sin hogar, y no aceptaba en su presencia cuentos
subidos de tonos, ni murmuraciones hacia otras personas a quienes defendía, al
parecer sin saber que el pecado era cierto, como si fuera a ella misma. “No,
eso es mentira de Fulana o de Zutano; ese hombre o esa mujer no hacen eso”, le
oías decir centenares de veces. ¿Quién no quiere a una madre que hijos, nietos
y bisnietos le digan “¿Mamá” “Abu”, y jamás otro nombre? Jamás le han dicho
“Mami”. Una madre que jamás usó lujos, ni vestidos chillones, ni era fiestera,
ni bebía ron ni cervezas; y que los que le daban les decía yo soy adventista
tampoco bebía café.
Una mamá que sin
importar la edad te dice de repente: “Te tengo algo”. Y es una camisa o un
pantalón que trajo fulano y se la compre. Una madre que nunca le negó un
vaso de agua a un extraño ni un poco de comida a quien la necesitara. O que
diga toda la vida, cuando da algo: “¡Ay, la pobre, es una infeliz!”. Una madre
que te recita la “Canción de otoño en primavera”, de Rubén Darío: “Juventud,
divino tesoro //te vas para no volver //cuando quiero llorar // no lloro, // y
a veces lloro sin querer”. Una madre que es todo entrega, desvelo, amor,
sacrificio, y que no quiere morirse por ella, sino “para no dejar a sus hijos,
nietos y bisnietos, solos en este mundo”.¡No hay una más hermosa! Nadie, en este mundo, ha tenido la suerte de tener por
madre como yo, María Consuelo Jiménez Veras
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