EL ELLIOTT CASTRO ESTIRADO


Por: LUIS RIVERA TOLEDO

AGOSTO 2017

En 1760, se fundó la aldea de San Mateo de Cangrejos. Sus fundadores fueron personas de raza negra, en su mayoría negros criollos o’ extranjeros, pardos y mulatos, marcados por la herencia del carimbo de la esclavitud y prejuicios raciales. Desde 1493 los españoles dirigían como conquistadores los destinos del territorio ultramarino de Puerto Rico. Bajo esos poderes y años de lucha, en 1873 se aprueba en las Cortes de España la ley que abolía la esclavitud en Puerto Rico. El nombre de San Mateo de Cangrejos cambio oficialmente a Santurce en 1880.  Los negros del antes y después, comienzan a contribuir, cambiar y transformar con trabajo, costumbres y tradiciones afroantillanas al barrio Santurce, en Puerto Rico.
Para el año 1949, nació un puertorriqueño en ese histórico y multicultural barrio Santurce. Sus padres lo nombraron y registraron con el nombre de Elliott Castro Tirado. Tras el nacimiento de Elliott, la familia Castro se mantuvo viviendo en Santurce por tres o’ cuatro años.  Ante el crecimiento del área metropolitana y construcción de urbanizaciones nuevas, la familia Castro se muda al sub barrio Eleonor Roosevelt. En su crianza y años jóvenes, Elliott vio construir nuestro más grande centro comercial, Plaza Las Américas, también el que después fuera una de sus iglesias deportivas, el Estadio Hiram Bithorn y muchos edificios altos e imponentes, hoy conocidos como centro financiero La  Milla de Oro. Empezaba el niño y joven a dejar sus huellas en nuevas urbanizaciones como las recién estrenadas Roosevelt y Puerto Nuevo. Vivió la transformación de terrenos que antes fueron vaquerías, sembríos de caña de azúcar, tierras en desarrollo salidas de cultivos y otras que fueron arrebatadas, rellenadas o’ robadas, a mangles y humedales del área. Santurce registra hoy día sobre 80 mil habitantes. Son puertorriqueños,  sanjuaneros, cangrejeros y parte de la diáspora dominicana, muchos de ellos nacidos, criados, estudiando, trabajando y desarrollándose en Puerto Rico. También hay una representación de norteamericanos que han acogido a Puerto Rico para vivir, trabajar y establecer sus hogares y familias. ¡El Santurce del principio y el de ahora, luchador e integrador siempre!
El padre de Elliott Castro, don Elpidio, mejor conocido por “Piro”, era trabajador del servicio de correos de Puerto Rico y caminaba de su casa al trabajo todos los días. Su madre era, Carmen Lydia Tirado, conocida como doña “Yiya”.  Elliot fue educado junto a sus hermanas, viviendo el ejemplo vivo y directo de sus padres, cuyo afán y norte era que sus hijos estudiaran y fueran buenos ciudadanos. Elliott fue matriculado y egresado del Colegio La Merced donde sus padres sacrificaron muchas cosas con tal que su hijo tuviera una educación de excelencia. Hogar, escuela, y entorno vecinal, ayudo a dirigir su carácter, deseo de superación y la negación al discrimen de sexo, credo, raza y color de piel. El sabía de dónde venían las raíces del Santurce que lo vio nacer, y del Roosevelt de sus amores que tejía el camino hacia donde quería ir.
Elliott siempre fue un lector empedernido de muchos y variados temas. De esos que cuando le cae algo en las manos, leen, con hambre de aprender. Se crio mirando con detenimiento, leyendo, escudriñando sobre la historia escondida de su país y la historia internacional, actual y del pasado. Ataco en teoría y prácticas las diferencias de clases sociales, económicas, discrimen, acoso o’ bulín contra prejuicio alguno, porque ese germen de división no tenia espacio en su hogar y tampoco en el. Mientras todo esto pasaba en su interior, la ferviente actividad deportiva que se vivía en Puerto Rico, le amarraba el corazón al cordón umbilical de su vida diaria, para siempre y por siempre.

Elliot empieza a salir del cascaron metropolitano y pueblos limítrofes de San Juan, cuando comienza a estudiar su carrera de Ingeniería en el Colegio de Mayagüez, allá por el año 1969 al 70. Unos años antes, 1964 había comenzado la Guerra de Vietnam. El servicio Militar Obligatorio en Estados Unidos, enfrento al gobierno con sus propios estudiantes y gran parte de su propio pueblo. Un negro boxeador profesional de nombre Cassius Clay reto al gobierno de Estados Unidos como objetor por conciencia oponiéndose a ese servicio militar obligatorio. Miles se oponían a la guerra y a la ley.  Hubo enfrentamientos sangrientos y muertes en Universidades y en las calles. Manifestaciones gigantescas unieron opositores a la guerra. Pero el gobierno de Estados Unidos sostenía que el  servicio obligatorio tenía como objetivo “preparar los futuros líderes del Ejercito Activo de los Estados Unidos, y sus territorios’’, al cual pertenecía ahora Puerto Rico desde 1898. Aquí, la oposición fue también feroz, con participación de organizaciones cívicas, religiosas, políticas, estudiantes, y padres que no querían ver a sus hijos ir a la guerra. Elliot Castro comenzaba a dejarse sentir como estudiante universitario defendiendo la eliminación del militar servicio junto a cientos de otros estudiantes. El gobierno de Estados Unidos ante las presiones de su propio pueblo elimino la ley para convertir el sistema en uno voluntario. Ya nunca más existiría el servicio militar obligatorio. Miles de jóvenes habían perdido su vida en esa guerra. El Cassius Clay objetor por conciencia terminaba siendo condecorado por su propio gobierno y pueblo. El Elliot Castro de Puerto Rico contribuía al triunfo como defensor ante la injusticia de obligar un ser humano a ir a una guerra.
Elliott, no obstante esa coraza de fuerza moral de joven escolar, estudiante universitario y adulto, sintió en carne propia los dardos de desprecio, acoso y persecución, por defender la soberanía nacional de Puerto Rico y oponerse al servicio militar obligatorio.  Fue carpeteado por las autoridades gubernamentales y policiacas en uno de los capítulos más triste y vergonzoso de nuestra historia.  La lista, salida a la luz pública tras luchas y denuncia, saco a flote nombres de líderes cívicos, sociales, políticos, periodistas, deportistas, religiosos, estudiantes, maestros, ingenieros, abogados, artistas, de todo había en esas listas. Para muchos, este carpeteo fue sentencia de culpable al tratar de conseguir trabajo. Muchos emigraron ante el desprecio silente de familiares, amigos, conocidos, y obviamente, el aparato civil y policiaco gubernamental. Fue la cúspide del enfrentamiento ideológico de la Guerra Fría en Puerto Rico.  
Elliott respetaba las diferencias en pensamiento y preferencia de todos los puertorriqueños que no pensaban como él, pero jamás a costa de claudicar sus principios, dejar  pasar injusticias o’ imposición. Lo hacía  con un dialogo firme y de caballero andante, acompañado siempre con una genuina sonrisa de su personalidad. Elliott fue periscopio de la búsqueda de la verdad sobre todas las cosas. Hablar, conocer o’ trabajar junto a Elliott Castro era camino de boxeador, tiraba directo al hígado con guante de boxeo en la izquierda, para luego remachar con elegancia, entendimiento y comprensión con su guante de seda en la derecha.
En el 1974 Elliot comienza a trabajar en el periódico Claridad, órgano de defensa a la independencia y soberanía de Puerto Rico. Comenzaba a escribir profesionalmente en la sección de Deportes. Unos años después se convertiría en su editor deportivo. Pronto popularizo una columna de título, “Las Canto como las Veo”, anunciándonos por adelantado como seria su propia vida. En unos años y aprovechando la plataforma exquisita de la celebración de los Juegos Panamericanos del 1979, en Puerto Rico, Elliott Castro empieza a llenar espacios en radio y televisión, explota en desarrollo como escritor deportivo, redactor, narrador, comentarista, historiador, autor y coautor de libros, artículos y ensayos, además de temas sociales de interés humano. El pueblo de Puerto Rico comienza a ver, escuchar y prestar atención al narrador y analista de boxeo, baloncesto, beisbol, atletismo, voleibol, gimnasia, natación, la lista se hacía en cada momento más extensa. De lo que no supiera mucho se auto educaba con su viejo amor de lecturas, vivencias y amenas conversaciones con amigos y desconocidos. Era esponja del aprendizaje. En el periódico Claridad consiguió un regalo que le dio la
vida, un segundo padre, amigo y tutor que guio sus pasos, Jaime Córdoba. Hombre cabal, del que Elliott recibió sabiduría, entendimiento y experiencia. El pupilo empieza a utilizar frases y un estilo que agrada al lector, con mucha información y conocimiento. Entrevista con profesionalismo y secuencia que alcanza sacar del entrevistado, lo mejor de cada uno, en todas ellas con seguridad y respeto. De aquí en adelante Elliot seria hombre ancla, y ojo y cara del periodismo Olímpico, Panamericano, Centroamericano, Mundial y Nacional, de gestas de alegrías y lagrimas de nuestros deportistas. Podía ser líder o’ soldado, trabajando junto a colegas o’ pinos nuevos del periodismo, y a todos ayudaba a sacar lo mejor de sí. Tenía un don de gente de la harmonía y la sinceridad. Juegos Olímpicos de 1980 en Moscú, boicoteados por Estados Unidos y sus aliados contra Rusia, allí estaba Elliot Castro como el único periodista acreditado por Puerto Rico. Juegos Olímpicos de 1984 en Los Ángeles, boicoteados por Rusia y sus aliados a Estados Unidos, allí estaba Elliott Castro. Los propios canales de televisión, emisoras de radio, productores y el Comité Olímpico de Puerto Rico sabían y entendían que este era un periodista especial y profesional.  Preparado, trabajador, estudioso, analítico y conocedor, ya nadie lo dudaba. Mientras hacía todo esto, siempre puso como regla que nada podía alejarlo de su columna deportiva en el periódico Claridad. Siguió haciendo de todo y una cosa más. Era líder comunitario voluntario en actividades de pueblos, sectores, residenciales, barrios y cárceles. Trabajo con las comunidades de La Perla, Quintana, Venezuela, Capetillo, Shanghái, Sabana Abajo, y otras donde era invitado en el resto de la isla. Era obra que emanaba de su compartido corazón con los más necesitados, era el sello Castro Tirado comunitario.  
En 1999 su íntimo amigo desde los primeros años de crianza y vecindario, Joaquín Porrata Doria, ‘’Joaquinito’’, como él le decía, lo invita a unirse a la producción de un programa deportivo radial diario, con el nombre “La Descarga Deportiva”. Se juntan cinco amigos y montan una fuente de información deportiva nacional para toda clase de oyentes. Todos buenos, el Elliott prende una frase en el deporte puertorriqueño al empezar a decir, ‘’Queeeeee bueno essssss” al referirse a deportistas atletas de Puerto Rico que ejecutaban con excelencia. La gente empieza a repetirla cada vez que algo lo amerita. En ese trajín escalan un espacio grande y éxito en la preferencia de los radioyentes puertorriqueños, ahora cercanos a los 20 años de estar en el aire.  En ese trayecto recibió los honores del premio al periodismo Joaquín Martínez Rousset, en dos ocasiones, (2011 y 2012). También fue exaltado al Pabellón de la Fama del Deporte Puertorriqueño.
Un día domingo, de mayo del año 2017 llego una noticia inesperada, Elliott había sufrido un derrame cerebral. Cincuenta y pico de días después, y con episodios de una posible recuperación, el 23 de Julio del 2017 el pueblo de Puerto Rico se levanto con la noticia de que nos había dejado físicamente. Las reacciones del pueblo, amigos, conocidos, políticos, artistas, colegas, no se hicieron esperar. Los medios se inundaron, y como si fuera una avalancha, la tristeza se junta con la melancolía y la nostalgia, para gemir, llorar y empezar a celebrar la memoria de uno de sus hijos más queridos. Fue como si una nube de solidaridad, muestras de cariño y alegría, bendijera a su amado y aguerrido Elliott. Era la cosecha de lo que había hecho y ofrecido, como estudiante, periodista y ciudadano. Decía el primer y único medallista en Juegos Olímpico en la historia del atletismo puertorriqueño en

Londres 2012, Javier Culson; “Triste por la partida de un gran ser humano y el mejor periodista con el cual tuve el placer de compartir mis logros. Extrañare sus narraciones deportivas”. Elliott Castro se había hecho una figura tan aceptada y popular entre nuestra gente que un comediante, Herbert Cruz, había hecho una parodia para televisión y radio basada en el. Ante su partida, dijo lo siguiente; “Elliott Castro se fue, pero se queda en la historia del país y el corazón del pueblo puertorriqueño”.
Dos lugares acogieron la presencia física de Elliott en sus honras fúnebres y velatorio. Primero, en el Comité Olímpico de Puerto Rico. Cientos de personas acudieron a despedirse del periodista, y hombre ancla de epopeyas de triunfos y la agonía de ser vencidos. La Sra. Sara Rosario, presidenta del Comité Olímpico de Puerto Rico dijo frente a su féretro, “aun en los momentos más difíciles y cuando el triunfo no siempre estuvo a nuestro favor, trataba de sacar palabras elocuentes  y hermosas para cada uno de nuestros atletas”. También dijo, “Elliott era una persona que siempre estaba pendiente de cada detalle, me llamaba para traerme algunos temas y siempre me daba concejos, me daba su opinión, buscaba un ángulo distinto y tenía un olfato periodístico muy distinto”
Su hija, Elga Castro, con un aplomo y fuerza admirable hablo sobre su padre resaltando su fervor patriótico, al deporte, la juventud, la música de salsa, al periódico Claridad, a su alma mater el Colegio de Mayagüez, a la lucha por la soberanía deportiva, las Justas de la Liga Atlética Interuniversitarias y comunidades de Puerto Rico. Dio cátedra del amor de una hija y su herencia. José Enrique Arraras ex presidente del Copur y presidente de la Liga Atlética Interuniversitaria dijo; ‘’Insigne puertorriqueño y figura cimera en lo que respecta a nuestras universidades’’.
En segunda instancia llego el féretro a su morada final,  la Funeraria Buxeda, donde una misa y el proceso de cremación se efectuarían. Cientos de personas acudieron a la misma. En esta ocasión la iglesia episcopal y representantes del clero dirigieron el servicio. Al momento de la entrada del féretro dijo el representante de la iglesia y cito, “recibimos ese gigante de la trasmisión deportiva, ese baluarte”.

 Saliendo de la funeraria me embargo de curiosidad el ver tres Coronas de Flores dirigidas a Elliott. Sabía que su familia había solicitado que, si se iba hacer algún ofrecimiento, fuera para ayudar causas comunitarias que tanto él respaldaba. He aquí lo que encontré escrito en dos de sus cintas; “De parte de La Asociación de Derechos a Confinados, Gracias por el apoyo a la población Penal”. La segunda decía, Gracias de parte de la comunidad de La Perla”. Era el testimonio más elocuente del sentir del pueblo, sin distinción de clase. Era el último aplauso silente que emergía desde una población penal y una comunidad luchadora que había encontrado en Elliott un aliado, un amigo.

Tres días después, el Colegio de Ingenieros y los ex alumnos de su Alma Mater le celebraban una despedida al son de música. El maestro de ceremonia, jardinero, músico, atleta, motivador y colegial, Douglas Candelario, espero un momento de silencio y con voz de pregonero grito a los cuatro vientos, “QUE BUENOOOOOO ESSSSSSSS”.

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