QUIEN NO APRENDE, PIERDE EL TREN
Quien no aprende, pierde el tren
Por Yaqui Nuñez del Risco
Nadie osaría discutir que el mundo de hoy es muy diferente al de ayer. Por nuestra parte, es unánime el decir: este es otro país. Y perderán el tren del progreso los países, políticos y ciudadanos que se resistan a aprender a manejarse en las nuevas realidades y a adquirir, a cualquier edad, los conocimientos para responder a los nuevos desafíos aplicando nuevas políticas colectivas y personales, cambiando de hábitos y modos que ya no funcionan, tomando conciencia de que, como Albert Einstein, hay que romper reglas.
Como para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos. Recién leí un cuento que decía: “Luisa, que asistía al encuentro de ex alumnos en el duodécimo aniversario de su graduación, se detuvo a saludar a uno de sus viejos profesores. Mientras ambos recordaban anécdotas de los tiempos pasados, Luisa miró con disimulo unos exámenes que el profesor tenía sobre su mesa. No pudo evitar hacerle este comentario:
-Esto es sorprendente, profesor. Muchas de las preguntas que hay en esta hoja son las mismas que había, hace veinte años, en mi examen final. Pensaba que ahora serían diferentes.
-No, querida Luisa, dijo el profesor, las preguntas cambian muy poco a través de los años. Las que cambian son las respuestas.”
A inteligentes lectores y lectoras, este corto cuento basta.
Por Yaqui Nuñez del Risco
Nadie osaría discutir que el mundo de hoy es muy diferente al de ayer. Por nuestra parte, es unánime el decir: este es otro país. Y perderán el tren del progreso los países, políticos y ciudadanos que se resistan a aprender a manejarse en las nuevas realidades y a adquirir, a cualquier edad, los conocimientos para responder a los nuevos desafíos aplicando nuevas políticas colectivas y personales, cambiando de hábitos y modos que ya no funcionan, tomando conciencia de que, como Albert Einstein, hay que romper reglas.
Como para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos. Recién leí un cuento que decía: “Luisa, que asistía al encuentro de ex alumnos en el duodécimo aniversario de su graduación, se detuvo a saludar a uno de sus viejos profesores. Mientras ambos recordaban anécdotas de los tiempos pasados, Luisa miró con disimulo unos exámenes que el profesor tenía sobre su mesa. No pudo evitar hacerle este comentario:
-Esto es sorprendente, profesor. Muchas de las preguntas que hay en esta hoja son las mismas que había, hace veinte años, en mi examen final. Pensaba que ahora serían diferentes.
-No, querida Luisa, dijo el profesor, las preguntas cambian muy poco a través de los años. Las que cambian son las respuestas.”
A inteligentes lectores y lectoras, este corto cuento basta.
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