ASI SOMOS LOS BORICUAS

Por José Cheo Cruz

La sociedad Puertorriqueña sufre la iniquidad de tres partidos “mayoritarios”, cuyas colas alcanzan de Fajardo, incluyendo las islas Municipios Vieques y Culebra hasta Cabo Rojo, y de San Juan a Mayagüez pasando por Aguadilla y Hormigueros, y cuidado.

Los Partidos en Puerto Rico actúan para apropiarse de lo que queda del país de la isla como quiera decirle, tras décadas de corrupción, impunidad y de aniquilamiento moral a un pueblo desprotegido.

Para colmo, se exhiben con altisonancias hablando de democracia desde una plataforma carcomida que no tiene remedio, aunque la decoren con un volumen constitucional redactado para continuar el reparto del poder, persiguen a todo el que se le enfrenten y los aniquilan usando el mismísimo sabor del poder.

Simultáneo, en el escenario político isleño actúa la sociedad servil, que le sirve a los intereses de los partidos, cuyos entes cumplen papeles diferentes, unas menos o más comprometidas con el estado de cosas y con las cosas del Estado.

También hay grupos civiles contestatarios de muy buen trillo, que debieran reivindicar con frecuencia las razones y objetivos de su existencia.

Todas estas entidades cubren múltiples ángulos sociales y se trazan misiones con una diversidad de funciones y géneros.

Cabe aclarar que algunas uniones obreras o empresariales, por ejemplo, “olvidan” sus parámetros y posan como sociedad también servil, desde una caseta de árbitro dejándose usar para protestar solo por protestar para hacerle el cardo gordo a los partidos también, muchas veces con tino o sin tino.

La sociedad servil cuenta con boca pero no convoca ni a sus esposas en su casa.

Tiene espacio en los medios de todos los géneros, lo que aprovechan para fijar posiciones y proyectar políticas ante el palpitar Puertorriqueño. Obsérvese el hábito y costumbre de hablar en nombre de alguien que ni siquiera sabe que caramba se va a decir.

En el converso de ese cóncavo, o converso, sobran los medios que se nutren de esas “fuentes” noticiosas y de comentarios, muchas veces en la creencia de que rinden una acertada labor social.

Pero el discurso y los pronunciamientos de la sociedad servil dista mucho de convocar efectivamente para el cuestionamiento a fondo de lo que se considera nocivo y perjudicial para la sociedad.

Salvo las excepciones que confirman la regla, si se escudriña lo que se ve y lo que no se ve, las conclusiones dejarían mal paradas a varias entidades de silueta engañosa.

El tema es para un debate tan importante como el que más.

Desde ya hay que poner en agenda el propósito de poner en relieve los perfiles que deben determinar lo que entraña una entidad genuina representante de la sociedad civil, y no de la servil.

Es una misión similar a la de decir toda la verdad a los partidos que descuartizan la sociedad Puertorriqueña hace décadas y los descuartizados lo defienden.

“Perderse en lo claro” es tan grave como “resbalar en lo seco”, o “pararse en lo mojado”. Quizá lo primero lleve a lo segundo y talvez irremediablemente a lo tercero, y esos es terriblemente preocupante. De todas formas, la paradoja Boricua nos desnuda el alma de la hora, delatándonos en su punto clave el problema político que nos agobia:
O nos están cogiendo de “tontos o pendejos”, porque no sabemos y somos tontos, o queremos con una vocación de estúpidos funcionales que nos cojan como tal, solo para fungir como eso mismo con algún “conveniente” fin insospechado.

La de “tonto” es una condición que el “Pueblo Boricua docil como el cordero de su escudo” no tiene, porque lo ha demostrado históricamente. No somos torpes, ni tarados. Lo que parece que hemos para sobrevivir a los “avatares del tiempo y de la historia”, es aprender el viejo oficio tremebundo de “hacernos los sanganos tropicales”, lo que es un tanto diferente, para “ver si se equivocan”, y la vieja manía se está gastando, porque “maña vieja”, no es costumbre”.

Puede entonces que en este quehacer lamentable, nos hayamos envilecido, y ante la recurrencia de este mañoso oficio de los politiqueros, de alguna manera típica, nos hayamos enviciado del “truquito”, y lo que es peor, resignado a sufrir nuestros timadores, haciendo realidad el cuento aquel de esperar que “el viento cambie”.

El asunto, por demás interesante, tiene sus “bemoles” porque lo que ha convertido el engaño en una categoría política en Puerto Rico, puede ser el remedio del entuerto malevo, donde el electorado tantas veces timado, termine timando a sus engañadores y le den finalmente el justo “palo asechado”, el “palo de la gata” a quienes tantas veces los han defraudado.
Porque no debe haber dudas, la crisis política en nuestro país se puede resumir, mas allá de las disquisiciones retóricas y filosóficas, en el hecho que los partidos mayoritarios de la Isla, por lo menos dos de ellos, han ejercido por más de tres veces el poder y no han resuelto los problemas elementales de la Isla del encanto o del espanto.

Y si bien nos han engañado en múltiples ocasiones, porque seamos “soquetes”, o porque nos hacemos los tontos. No tenemos vocación, ni la hemos tenido nunca de ser “masoquistas”. Tarde o temprano logramos resolver nuestros dilemas y problemas, aunque en ocasiones, nos tomemos más tiempo de la cuenta.

Aunque haya una clase política que habiendo descubierto la fórmula del agua tibia, piense que tiene de forma permanente en los bolsillos de sus argucias nuestros votos, a despecho de que “el amor no dura para siempre” y que sus cuentos de caminos y sus trucos malgachos de “mago menor” no funcionaran indefinidamente. Nuestra falta de memoria no es tal, que repitiendo esta suerte muy seguido, crisis tras crisis, no podamos percatarnos de la suerte fallida de esos encantadores “realengos” que no se cansan de repetir gastadas engañifas de patio. Porque hasta “la belleza cansa”. Hay dulces “melcochosos” que empalagan y no debe olvidarse que “cualquiera por su mejoría hasta su casa dejaría”.

Los encantamientos se rompen hecho añicos, solo cuando la mano recia de la realidad rompe el espejo y solo queda eso mismo sin afeites y sin gracia. La verdad y solo la verdad, es la nueva forma requerida de hacer política y con la verdad hay que restaurar un nuevo sentido elemental de la justicia.

Restaurar la confianza con un nuevo tipo de “gestor político” compromete un accionar público proactivo y propositivo, alejado del agravio gratuito, la injuria y esa bochornosa forma de difamar que ensucia más al que la esgrime que contra quien se usa. Ah, esos encantadores viejos truquitos maliciosos de transportar el odio y la envidia por encargo, para “no hacer ni dejar hacer”. Mantener viejas canonjías para seguir usufructuando y exprimiendo las mieles rancias del “tiempo sin historia”.

No ver que algo se está cociendo debajo de la mesa. No verificar que la sociedad se está cansando de “más de lo mismo”. No percatarse de que hay que articular ideas. No soltar el viejo instrumento del engaño. No dejar de pensar que los “perros se amarran con longaniza”, y no encarar el futuro con el arma del cambio, es otra forma de “perderse en lo claro”.

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