LIDERES IDEÓLOGOS Y GERENTES
Es magnífico
que se enfrenten Newt Gingrich y Mitt Romney por el liderazgo republicano. Los
miembros de esa tribu deberán elegir entre dos tipos de políticos medularmente
diferentes, cada uno con sus virtudes y con sus limitaciones. Gingrich es un
buen ideólogo. Romney, un buen gerente. Algunos hablan de “los republicanos de
Goldwater contra los republicanos de Rockefeller”.
Le doy a la
palabra “ideólogo” una connotación positiva que no tiene en inglés, al menos en
Estados Unidos. Para mí, es alguien que posee una visión teórica de la sociedad
en la que vive, de la historia que comparte con sus compatriotas, y del Estado
libremente segregado para resolver conflictos comunes y darle sentido y forma a
la convivencia. El ideólogo, en el mundo democrático, trata por medios
pacíficos de acomodar la realidad a sus presupuestos intelectuales e intenta
guiar a sus compatriotas en la dirección del país ideal que tiene en la cabeza.
Jefferson era un ideólogo. John F. Kennedy y Ronald Reagan, con menor calado,
también lo eran.
El gerente,
en cambio, se nutre de la experiencia más que de los esquemas teóricos. Es un
práctico solucionador de problemas. Ama el sentido común por encima de todas
las cosas. No posee ni necesita una visión general de la historia ni una mirada
profunda sobre los seres humanos. Tal vez hasta le estorban. Para él, son
conceptualizaciones metafísicas que sirven para formular grandes teorías, pero
no para aumentar la producción, proporcionar empleo y eludir dificultades. Para
los gerentes, gobernar es mejorar incesantemente la calidad de vida de los
electores. Franklin Delano Roosevelt era un gerente. George Bush (padre) y Bill
Clinton, también.
Hay grandes
presidentes norteamericanos que han sido ideólogos y otros, igualmente
excelentes, que fueron gerentes. El republicano Teddy Roosevelt fue un
extraordinario gobernante al que hay que calificar como ideólogo. Grover
Cleveland, demócrata, fue un magnífico presidente dentro de la cuerda de los
gerentes, hasta que la crisis de 1893 se le interpuso y tuvo que navegar con el
viento en contra hasta 1897, cuando terminó su segundo mandato.
Tal vez la
idoneidad de ideólogos o gerentes depende del momento. En 1933, cuando los
norteamericanos eligen a F. D. Roosevelt, están a la búsqueda de un gran
gerente que rescate al país de la recesión comenzada en 1929. En ese instante
no hay otro peligro que el enorme descalabro económico.
En
1981, cuando Reagan derrota a Jimmy Carter y llega a la Casa Blanca, el estado
anímico de los norteamericanos es lamentable. El país ha perdido la guerra de
Vietnam, los ayatolas iraníes han secuestrado impunemente a un puñado de
norteamericanos, la inflación ronda el 20% y parece que la URSS está destinada
a regir el planeta. Los norteamericanos eligen a un ideólogo para que los
libere del pesimismo y la nación recupere el liderazgo perdido.
Naturalmente,
la disputa por el poder en Estados Unidos no es sólo entre ideólogos y
gerentes. Hay, por lo menos, otras dos categorías: los héroes y los operadores
políticos. George Washington, Andrew Jackson, Zachary Taylor y Ulysses S. Grant
alcanzaron la presidencia porque fueron guerreros muy diestros. Dos de ellos,
Washington y Jackson, triunfaron como gobernantes y dejaron su huella positiva
en la historia del país. Grant, en cambio, fue decepcionante, mientras el pobre
Taylor murió de diarrea al poco tiempo de llegar a la Casa Blanca. Ike
Eisenhower, el general victorioso de la II Guerra Mundial, fue un héroe que
gobernó con el estilo de un gerente e hizo un magnífico trabajo.
Y queda el
capítulo de los operadores políticos. Personas que llegan al poder como
resultado de saber manejar gentes y situaciones complejas, pero sin que
prevalezca en ellos un rasgo clave. Generalmente, son grandes maestros de la intriga.
Algunos se
convierten en excelentes presidentes, como Harry S Truman, y otros fallan
terriblemente, como sucedió con Richard Nixon. Obama es un notable operador
político.
Pero tal vez
el caso más extraordinario es el de Abraham Lincoln, un habilísimo operador
político al que le toca la tragedia de la Guerra Civil, se trasforma en un
ideólogo obligado a definir el rumbo de la nación en su momento más amargo, no
descuida sus responsabilidades gerenciales, y muere como un héroe adorado por
millones de sus compatriotas. Por eso muchos historiadores norteamericanos lo
consideran el mejor presidente de la historia del país: sintetiza y resume los
rasgos y virtudes de los grandes líderes.
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